Había una vez en un pequeño pueblo, un niño llamado Lucas que vivía con su abuela. Lucas era un buen niño, pero a veces se dejaba llevar por la tentación de conseguir las cosas fácilmente.
Un día, mientras jugaba en el parque, encontró una bolsa llena de monedas de oro enterrada bajo un árbol. Lucas se emocionó mucho y decidió llevarse la bolsa a casa sin contarle a nadie. Pensó que ahora podría comprar todos los juguetes y dulces que quisiera.
Sin embargo, esa noche, Lucas tuvo un sueño inquietante. Soñó que las monedas de oro eran malditas y que traían mala suerte a quien las poseyera sin ser su verdadero dueño. En el sueño, una voz le decía: "Los tesoros conseguidos por medios deshonestos no valdrán de nada, pero la justicia salva de la muerte".
Al despertar, Lucas se sintió muy preocupado y decidió contarle a su abuela lo que había encontrado y su extraño sueño. Su abuela, que era muy sabia, le dijo: "Lucas, siempre es mejor ser honesto. Vamos a llevar estas monedas a la estación de policía para que encuentren a su verdadero dueño".
Lucas y su abuela llevaron la bolsa de monedas a la policía, quienes se sorprendieron y agradecieron su honestidad. Resulta que las monedas pertenecían a un hombre del pueblo que las había perdido hacía muchos años. El hombre estaba muy agradecido y, para recompensar a Lucas, le regaló un hermoso libro lleno de historias y enseñanzas valiosas.
Con el tiempo, Lucas comprendió que la honestidad y la justicia son más valiosas que cualquier tesoro. Se sintió feliz y orgulloso de haber hecho lo correcto.
Y así, Lucas aprendió una importante lección: Los tesoros conseguidos por medios deshonestos no valdrán de nada, pero la justicia salva de la muerte. (Proverbios 10:2)