Una herencia es un regalo que los padres les dan a sus hijos.  No es un regalo pequeño, como un juguete o un chocolate. La herencia es un regalo grande, como una casa o riquezas.

En la Biblia está escrito que: “Los hijos son una herencia de parte de Jehová” (Salmo 127:3)

Misericordia es cuando sentimos lástima o compasión por alguien que está sufriendo o pasando por un mal momento, y hacemos algo bueno para ayudarlo, como perdonarlo o darle apoyo. Es ser amable y ayudar sin esperar nada a cambio.

Jesús dijo: Felices son los misericordiosos, puesto que a ellos se les mostrará misericordia. (Mateo 5:7)

Si somos misericordiosos, entonces Dios nos mostrará misericordia. Si mostramos compasión por los demás, Dios tendrá compasión por nosotros.

Jesucristo lo explicó con una ilustración de la siguiente manera:

¿Cómo puede ser feliz alguien que tiene hambre y ser? 
En realidad, tener hambre y sed es algo bueno.
Si nunca tuvieras hambre, ni sed ¿Cómo sabrías que necesitas comida o agua? Dios nos dio el deseo de comer y beber para nuestro bienestar.
Jesús enseño: “Felices son los que tienen hambre y sed de justicia, puesto que ellos serán saciados”. (Mateo 5:5) ¿Qué quería decir Jesús? Deja de leer un momento y ponte a pensar en esa pregunta 
¿Ya pensaste la respuesta a esa pregunta?

Apacible significa manso, dulce y agradable. 

¿Alguna vez has visto cómo son los perritos, los cochorros? La mayoría de las veces son mansos, dulces y agradables. Parecen muy felices, mueven la cola, juegan y corren con mucha alegría. Cuando ladran no te asustan; sus ladridos hasta dan ternura. Su alegría nos llena de alegría. 

Jesús enseño: “Felices son los apacibles, puesto que ellos heredarán la tierra”. (Mateo 5:5) ¿Cómo podemos ser apacibles como un cachorrito? 

Había una vez un pequeño osito llamado Bruno que vivía en un tranquilo bosque lleno de árboles altos y flores coloridas. Cada noche, antes de dormir, Bruno se acurrucaba en su cueva con su manta favorita y escuchaba el suave murmullo del viento entre las hojas. Un día, mientras exploraba el bosque, encontró una luciérnaga perdida y decidió llevarla a casa. Esa noche, cuando se fue a dormir, la luciérnaga brilló suavemente junto a él, llenando la cueva de una luz dorada y cálida. Bruno cerró los ojos y soñó con aventuras increíbles en el bosque, sabiendo que la luciérnaga cuidaba de él.

Había una vez en un pequeño pueblo llamado Vistalegre, dos amigos llamados Andrés y Mateo. Andrés era un niño honesto y siempre hacía lo correcto, mientras que Mateo a veces tomaba lo que no le pertenecía y decía mentiras para conseguir lo que quería.

Un día, el maestro de la escuela les dio una tarea importante: debían cuidar el huerto de la escuela durante una semana. Andrés se comprometió a cuidar el huerto con dedicación, mientras que Mateo pensó que podría tomar algunas frutas para sí mismo sin que nadie se diera cuenta.

Lamentarse es sentir pena por algo que pasó. También puede significar sentir vergüenza o sentir arrepentimiento, sentirse triste y llorar. Así que una persona que se lamenta está sufriendo.

 ¿Cómo puede ser feliz alguien así? 

Jesucristo enseño: “Felices son los que se lamentan, puesto que ellos serán consolados”. (Mateo 5:4) Lo que hace feliz a una persona no es el lamento en sí, sino el consuelo que va a recibir.

Había una vez en un pequeño pueblo, un niño llamado Lucas que vivía con su abuela. Lucas era un buen niño, pero a veces se dejaba llevar por la tentación de conseguir las cosas fácilmente.

Un día, mientras jugaba en el parque, encontró una bolsa llena de monedas de oro enterrada bajo un árbol. Lucas se emocionó mucho y decidió llevarse la bolsa a casa sin contarle a nadie. Pensó que ahora podría comprar todos los juguetes y dulces que quisiera.

Había una vez en un pequeño pueblo, dos hermanos llamados Tomás y Felipe. Tomás era un niño muy sabio que siempre escuchaba a sus padres y aprendía de sus enseñanzas. Felipe, en cambio, era un poco travieso y a menudo no prestaba atención a lo que sus padres le decían.

Un día, su papá les pidió que fueran al bosque a recoger frutas. Les advirtió que no se acercaran al río porque era muy peligroso. Tomás escuchó atentamente y prometió seguir las instrucciones de su papá, pero Felipe no prestó mucha atención y solo pensaba en lo divertido que sería ir al río.